Blade Runner… ¿Sueñan los humanos con paraísos tecnológicos?

Blade Runner

La primera vez que visioné Blade Runner me recuerdo a mí mismo siendo muy joven, fascinado frente a la pantalla de un televisor cuyo arcaico tubo catódico filtraba como un agente extraño, imágenes de esa impactante anomalía audiovisual, que dejaría impresionada a perpetuidad su impronta en la retina de mi propia memoria Voight-Kampff.

Casi medio siglo más tarde, nadie niega el valor formal y visionario de esta joya del séptimo arte, que en el momento de su concepción pasó desapercibida para un público mayoritario que no estaba preparado para su apocalíptico mensaje. Hubo de esperar a que nos alcanzaran los años noventa para que su visión decadentista calara en las postrimerías de un siglo que, con dos guerras mundiales a sus espaldas, había resultado sombrío.

El argumento de Blade Runner es simple. A un mercenario muy eficaz en su oficio, se le asigna la tarea de encontrar y eliminar a una serie de sujetos que, por su particular naturaleza, representan una amenaza para la seguridad del Estado. A nadie que en algún momento se haya mostrado interesado por el Holocausto nazi, uno de los acontecimientos más traumáticos y decisivos del pasado siglo XX, se le escapa el trasfondo xenófobo que encierra esta premisa.

Y no es casual que esto sea así ya que, aunque la trama del film es tan básica que incluso algunos podrían calificarla de ramplona, ni su mensaje ni su interpretación lo son. Lo que expongo a continuación es el bosquejo de una de las posibles interpretaciones, fruto de una obsesión cultivada a lo largo de todos estos años. Por tal motivo, consideraré una obviedad que el lector conoce y ha visto el film.

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Blade Runner convoca con sus evocadores escenarios un futuro tan sugerente como aterrador

“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, la novela de Philip K. Dick en la que se inspira Blade Runner, fue publicada en 1968. Es en esa misma década cuando el mundo asiste estupefacto al reconocimiento internacional de la existencia de los denominados campos de exterminio o campos de la muerte, que hasta ese momento habían preexistido como una especie de terrorífica ficción. Los testimonios de supervivientes como Primo Levi, una voz clamando en el desierto, comienzan a ser escuchados y la especie humana (o al menos su parte más comprometida), se pregunta con más insistencia que nunca, si el supuesto progreso de sus sociedades ha sido la causante de semejante catástrofe. La novela se concibe, pues, en un clima de duda y cuestionamiento sobre la propia significación del ser humano, bajo un contexto de imparable desarrollo tecnológico, al servicio de las grandes corporaciones que comienzan a ejercer el control en un sistema dominado por una economía feroz e insaciable.

Todo eso se plasma en el film. De ahí la escogida elección de sus escenarios. A ras del cielo, la arquitectura fastuosa y la monumentalidad faraónica de la corporación Tyrell. Abajo, conviviendo con lo suburbial, los omnipresentes y mundanales mercados y comercios que pueblan las bulliciosas calles, constantemente concurridos en atroz contraste con los edificios vacíos y fantasmales. Toda la acción se desarrolla en una interminable noche metafísica, acaso metáfora pertinaz que se refiere a un estado de oscura inquietud del alma ante un mundo globalizado bajo la premisa de lo mercantil, en el que la tecnología y la economía se estrechan la mano con el objeto de exprimirlo hasta su último aliento.

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El paraíso tecnológico en el que habita la especie humana es una megalópolis de arquitectura grandilocuente e imperialista, levantada sobre una profusa urdimbre comercial

Pero, sin duda, el elemento realmente determinante y crucial de esta ficción está personificado en la figura del replicante, un humanoide, un übermensch epítome de nuestra capacidad creadora e inventiva, que en su origen se concibió como un producto de consumo destinado a servir a nuestra especie, pero cuyo grado de desarrollo ha llegado a tal punto que amenaza con suplantarla. Este temor encuentra su raíz en nuestra propia realidad, precisamente en aquel instante aciago en el que el ser humano se deshizo de la figura de Dios para autoasignarse él misma creador – y en consecuencia destructor – de todas las cosas. No obstante, y a pesar de sus cualidades sobrehumanas, el progreso tecnológico, demiurgo caprichoso con grandes dosis de cinismo, ha impuesto a los replicantes una terrible carencia, la de una vida temporalmente mucho más corta.

Roy Batty, el impostado villano principal de esta historia, es un Nexus 6, la versión más evolucionada de un replicante, en su caso un modelo de combate que ostenta las altas capacidades intelectivas de la mente humana que lo concibió, el conspicuo y divinizado Eldon Tyrell. Tampoco es baladí que se ideara a este personaje como un ser programado para la lucha y la aniquilación, puesto que ha sido en el campo bélico donde la tecnología ha encontrado su mayor avance, acomodo y aplicación en la historia reciente. Aún menos que sean las industrias armamentísticas sus principales inversores y garantistas. Basta recordar su importancia capital en las dos guerras mundiales que dejamos a nuestras espaldas no hace tanto. Al frente de un grupo de fugados, este Nexus 6 decide emprender una carrera contrarreloj por la supervivencia, consciente de su finitud, de su cercana e inapelable extinción, del fin de todas las posibilidades. Fiel a su naturaleza, no duda en asesinar a las criaturas que le otorgaron la vida, impulsado por ese miedo atávico tan propio de los seres humanos. Es un Prometeo oscuro, un Mesías cuya palabra trae consigo toda esa carga de desasosiego, de crueldad y violencia, pero también de comprensión, compasión y misericordia que se experimentan ante la inevitabilidad de la muerte.

La némesis de Batty es el protagonista del film, el cazarrecompensas Rick Deckard, arquetipo de tipo duro, frío y brusco en sus maneras. Una especie de Mike Hammer menos pasado de rosca. Él nos encarna a nosotros, a esa humanidad trasnochada que vive presa de sus recuerdos, pertenecientes a un pasado arrumbado, un pasado que ya no tiene cabida en ese mundo moribundo que sólo mira hacia el futuro de una extinción a la que parece abocado. Su hogar, como cualquier otro de los que aparecen en la película, es una proyección psicológica del individuo que lo habita. Por eso, el suyo parece retrotraernos a una época incongruente con su tiempo, donde polvorientas y desgastadas voces gramofónicas lo concitan como cantos de sirena. Deckard es el animal herido de progreso que lucha por preservar ese resto de humanidad que hemos asumido como rasgo distintivo.

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Un apaleado Rick Deckard observa con temeroso desconcierto al replicante Roy Batty, momentos antes de que éste muera en una de las escenas más solemnes y recordadas de la historia del cine de ciencia ficción

Deckard es, en resumidas cuentas, la representación de una humanidad que se apaga víctima, paradójicamente, del mundo inhumano que ella misma ha propiciado. Sin embargo, durante su confrontación con los replicantes sublevados, se percatará de que éstos también son seres emocionales que comparten los mismos miedos y anhelos, la misma necesidad de pasado, aunque se trate de un pasado implantado. Memoria como analgésico contra el devenir de una realidad traumatizante.

Habrá de ser el replicante Roy Batty, un ser artificial con el que guarda ese inesperado grado de parentesco, el que al final del film logre superar el terror consustancial al paraíso tecnológico en el que habitan, amparándose en lo trascendente, simbolizado por el momento crítico y ritual que tiene lugar justo antes de su muerte. Cuando Batty salva la vida a Deckard, permite que éste y su amante, otra replicante llamada Rachel, consuman su amor en la semilla de una humanidad nueva y conciliadora. Con su sacrificio, les otorga la oportunidad de perpetuar nuestro legado en un retorno idílico a la naturaleza. La imagen de ambos escapando por una carretera circundada de interminables bosques y arboledas, incluida en alguna de las múltiples versiones a las que el director sometió su obra para desesperación de los fans, parece poder certificarlo.

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Deckard y Rachel, un humano y una replicante, parten en pos de la tierra prometida